

Mi Cristo Roto
La historia cuenta el día en que un sacerdote va a una tienda de antigüedades y compra un Cristo roto, desfigurado, que no tiene cara, que no tiene brazo, que no tiene una pierna, que no tiene cruz. Y ese hombre comienza a regatear el precio del Cristo con el anticuario. Y ahí es donde se da cuenta que está compravendiendo la imagen de Cristo, como cuando nosotros le regateamos nuestro amor a Dios y decimos: Dios si Tú me concedes tal cosa yo te daré tal otra! Y como que le contravendemos a Dios nuestro amor y nuestra fe como si fuera un negocio.
De ahí él (el comprador del Cristo roto) se lleva esa lección. Llega a su casa, quiere restaurar al Cristo y el Cristo le dice: No, déjame roto. Entonces de ahí se desprende una gran reflexión de cómo vemos la cruz y de cómo a veces nos olvidamos de lo que la cruz verdaderamente significa. Y de cómo a veces un Cristo bello puede ser un peligroso refugio, donde nos fijamos más en la belleza del Cristo que lo que significa la pasión y su muerte en la cruz.
¿Cómo surgió la idea de realizar esta pieza teatral de carácter religioso?
Quise hacer algo que tuviera que ver con Cristo, con mi oficio de actor, y por ende, con mi fe como cristiano. Entonces encontré Mi Cristo Roto, que es un texto escrito por un sacerdote jesuita RAMON CUE
Nombre de la obra Mi Cristo Roto
Autor Ramón Cue
Actor Emilio Bastias O
Música Marcos Ferrada
Produccion Angelica Sanhueza
Puesta en escena Musicos artistas
Lugar Teatros, Colegios, Iglesias, Gimnasios
Partes del Texto de
MI CRISTO ROTO



A mi Cristo roto lo encontré en Sevilla. Dentro del arte me subyuga el tema de Cristo en la cruz. Se llevan mi preferencia los cristos barrocos españoles. La última ve z, fui en compañía de un buen amigo mío. Al Cristo, ¡Qué elección! Se le puede encontrar entre tuercas y clavos, chatarra oxidada, ropa vieja, zapatos, libros, muñecas rotas o litografías románticas. La cosa, es saber buscarlo. Porque Cristo anda y está entre todas las cosas de este revuelto e inverosímil rastro que es la Vida.
El vendedor exaltaba las cualidades para mantener el precio. Yo, sacerdote, le mermaba méritos para rebajarlo… Me estremecí de pronto. ¡Disputábamos el precio de Cristo, como si fuera una simple mercancía! Y me acordé de Judas… ¿No era aquella también una compraventa de Cristo? ¡Pero cuántas veces vendemos y compramos a Cristo, no de madera, de carne, en él y en nuestros prójimos! Nuestra vida es muchas veces una compraventa de cristos.
¿Por qué ante mis miembros rotos, no se te ocurre recordar a seres que ofenden, hieren, explotan y mutilan a sus hermanos los hombres? ¿Qué es mayor pecado? Mutilar una imagen de madera o mutilar una imagen mía viva, de carne, en la que palpito Yo por la gracia del bautismo. ¡Ohh hipócritas! Os rasgáis las vestiduras ante el recuerdo del que mutiló mi imagen de madera, mientras le estrecháis la mano o le rendís honores al que mutila física o moralmente a los cristos vivos que son sus hermanos.

¿Por qué no quieres que te restaure?
¿No comprendes Señor, que va a ser para mí un continuo dolor cada vez que te mire roto y mutilado? ¿No comprendes que me duele?- Eso es lo que quiero, que al verme roto te acuerdes siempre de tantos hermanos tuyos que conviven contigo; rotos, aplastados, indigentes, mutilados. Sin brazos, porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies, porque les han cerrado los caminos. Sin cara, porque les han quitado la honra. Todos los olvidan y les vuelven la espalda. ¡No me restaures, a ver si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele.
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